Lunes, 29 enero 2018 | Redacción CEU
Mucho se ha escrito sobre los coches que recorrerán nuestras carreteras el día de mañana. Sabemos que en unas décadas los automóviles serán capaces de conducir sin nuestra ayuda, de cuidar mejor que sus predecesores el medio ambiente y de ofrecer tantas prestaciones como ahora hacen nuestros teléfonos móviles. Sabemos que si no son vehículos eléctricos, al menos, sus carburantes serán más respetuosos, que los conductores cambiarán sus hábitos y surgirán nuevas fórmulas como la movilidad compartida, que grandes ciudades europeas no apuestan por los coches diésel y que, en definitiva, el mundo de la automoción cambiará para siempre. Pero para entender el cambio holístico que está a punto de experimentar el sector, necesitamos saber algo más sobre cuál será el futuro de las infraestructuras que lo rodean, porque si no cambian estas, ¿podrá hacerlo el resto?
Con la llegada de la conectividad y el Internet de las Cosas, los conceptos ahora se construyen con dos palabras, siendo habitualmente una de ellas el calificativo anglosajón "smart". Las carreteras no han conseguido escapar a la tendencia. Las calzadas inteligentes del mañana prometen ser capaces de monitorizar los coches que pasan sobre ellas, de alertar de incidencias, de favorecer el tráfico, de reducir el riesgo de accidentes o de establecer una conexión en tiempo real con los vehículos que rueden sobre ellas. Aunque estos diseños están aún en una fase inicial, la proliferación de diferentes proyectos piloto evidencia el gran interés que hay en ellos.
Las carreteras conectadas europeas
Una de estas iniciativas es C-Roads, un proyecto impulsado por la Unión Europea que pretende comenzar a acondicionar carreteras para el futuro autónomo que aguarda. Iniciado en 2016 por ocho países miembros –Austria, Bélgica, República Checa, Francia, Alemania, Holanda, Reino Unido y Eslovenia–, su objetivo es establecer las bases para el uso de sistemas inteligentes en la conducción autónoma y el transporte cooperativo, en definitiva, iniciar el camino para que las vías puedan convertirse en el tiempo en infraestructuras conectadas e inteligentes. Gracias a su desarrollo, quieren además mejorar la seguridad vial, favorecer un tráfico eficiente y reducir las emisiones.
Junto a Dinamarca, Finlandia, Hungría, Italia, Noruega, Portugal y Suecia, España se ha adherido a este futurista programa. En concreto, con un presupuesto de 17,9 millones de euros cofinanciado por la UE, nuestro país ha anunciado recientemente que pondrá en marcha cinco proyectos piloto que cubrirán el Corredor del Mediterráneo, la zona norte de España y Madrid. Incluso uno de ellos, abarcará todo el territorio nacional. Es el denominado DGT 3.0 que estará enfocado al desarrollo de una plataforma que permita la interconexión de todos los elementos implicados en el ecosistema del tráfico. Aunque cada plan tiene sus propias particularidades, todos los proyectos probarán desde un primer momento servicios de alerta a los conductores sobre los riesgos que puedan producirse en carretera. La implementación de un modelo autónomo en nuestras vías requiere no solo que los coches estén conectados entre sí, sino con infraestructuras que también puedan intercambiar información con los vehículos.