Lunes, 17 febrero 2020 | Redacción CEU
Generalmente, cuando pensamos en la figura del líder lo imaginamos ejerciendo su función en solitario. ¿Pero es esta una premisa inamovible? ¿Donde hay un líder no cabe otro? La experiencia siempre nos obliga a poner los pies en la tierra, y lo que a veces tomamos por inequívoco en el plano teórico choca frontalmente con nuestra realidad. Hoy en día, son muchas las compañías dirigidas por dos o más miembros de una familia o por socios que asumen el liderazgo de forma compartida. Cabe decir a su vez, que el concepto de empresa ha evolucionado mucho en los últimos años, tomando diferentes direcciones y siendo afectado por nuevas máximas mucho más flexibles. Esto se debe en gran parte a que las firmas crecen ahora horizontalmente, buscan nuevos modelos directivos y dan el salto a otros países. En consecuencia, el poder ya no solo recae en una sola persona. Se abren nuevos espacios de participación donde la voz del resto de profesionales tiene un mayor peso, aparecen nuevos cargos intermedios que sirven de apoyo a los directivos y se pone el foco en nuevas capacidades como la creatividad y la toma de decisiones. Por ello, nunca más que ahora fue necesario encontrar en las organizaciones fórmulas exitosas para ejercer un liderazgo compartido.
Ser un líder es algo más que mostrar de una serie de habilidades a la hora de conseguir que un grupo de profesionales trabaje en la misma dirección y en la consecución de un mismo objetivo. El líder es la figura que sirve de ejemplo, siembra el germen de la confianza y la solidaridad dentro del equipo y es capaz de sacar lo mejor de cada uno. En el imaginario colectivo, siempre se coloca en una posición elevada, pero eso no significa que siempre tenga que ocupar un cargo de máxima responsabilidad dentro de la estructura de la empresa, pues un líder más que nada es la persona capaz de influir en el equipo, y de hacerlo además de una forma positiva.
Si ya de por sí cumplir con estas premisas parece una misión difícil, hacerlo de forma que sean dos o más personas las que compartan este objetivo se convierte en una empresa titánica. No obstante, no por ello imposible de lograr.
Las claves del coliderazgo
Como su propio nombre indica, el coliderazgo implica un liderazgo que es ejercido de manera conjunta. Es preciso subrayar esto, aunque pueda sonar redundante, porque este criterio no siempre es bien entendido. Un líder que toma las decisiones en solitario y que tan solo comparte algunas responsabilidades con los que deberían ser sus iguales no es un colíder. Por supuesto, a la hora de organizarse, los colíderes pueden dividirse las tareas de tal forma que cada uno de ellos ponga atención en cuestiones distintas, pero un colíder siempre tendrá que tener la capacidad real de tomar decisiones. Esto nos lleva al siguiente aspecto clave: la gestión del ego.
No hay que perder de vista lo que se puede conseguir gracias al coliderazgo. Si bien siempre será más ágil una empresa en la que las decisiones se tomen de forma individual y rígida, aquella que lo haga de forma consensuada se beneficiará de una visión mucho más enriquecida del trabajo. Ve más la empresa que mira con varios ojos que la que lo hace desde un solo punto de vista. Cuando una persona es siempre la encargada de decidir, puede crecer en ella cierto halo de infalibilidad. Ese exceso de ego puede llevarle a tomar decisiones equivocadas. Esto ocurre tanto cuando una persona lidera en solitario y se niega a escuchar la voz de sus empleados y colaboradores como cuando un colíder quiere imponerse frente a otro. A la hora de coliderar, es necesario encontrar un equilibrio: saber compartir responsabilidades y reconocimientos, dejar espacio para que el otro brille, estar abierto a nuevas ideas y encontrar caminos para lograr el consenso.