Lunes, 24 septiembre 2018 | Redacción CEU
Pese a que la sociedad es cada vez menos permisiva y demanda un compromiso social cada vez mayor, la ética sigue sin ocupar un lugar destacado en la agenda de muchas empresas. Gran parte de las decisiones corporativas adoptadas cada día en el marco de las compañías atienden solo a cuestiones puramente económicas. El crecimiento continúa siendo la principal variable en la toma de decisiones de las empresas. ¿Qué ocurre cuando las compañías sacan de la ecuación la cuestión ética? ¿Es una empresa poco ética una organización viable? ¿Puede crecer una compañía sin contar con unos valores sólidos que acompañen a su gestión?
¿Aumentará el rendimiento de mis trabajadores y los beneficios de mi empresa?, pregunta un empresario ante la propuesta explícita de una apuesta mayor por la ética. No hay pregunta tonta, pero sí enfoques erróneos. La ética en la empresa debería ser una cuestión fundamental e ineludible, no una alternativa conveniente o una cuestión más de la agenda. Las compañías deben guardar unos principios éticos mínimos para ser viables, al menos, desde una perspectiva humana y social. No obstante, esta condición no siempre se cumple.
¿Qué pasa cuando decidimos sin ética?
Con el paso del tiempo, la sociedad ha empezado a poner el foco en el compromiso ético y la responsabilidad de las empresas. Algunas compañías han realizado un ejercicio de reflexión y, conscientes de su papel como importantes agentes de cambio, han empezado a poner en práctica políticas de Responsabilidad Social Corporativa. Este cambio de enfoque está en parte motivado por la creciente demanda de los consumidores de un mayor compromiso ético por parte de las compañías. Por supuesto, los inversores y colaboradores, consecuentes con el peso que tiene en el negocio la imagen de responsabilidad, también han ejercido su influencia. A pesar de todo ello, la ética sigue siendo todavía una asignatura pendiente para muchas firmas.
En el día a día de cualquier organización se toman multitud de decisiones que pueden estar guiadas por diferentes razones: económicas, pragmáticas, personales, sociales,... Aunque los principios y las pautas de la empresa sean claros, algunas de estas decisiones pueden escapar a la voluntad corporativa y, en definitiva, al compromiso que las compañías han adquirido con su entorno y su propia organización. No obstante, las compañías son las responsables de construir un marco ético de garantía. Solo la organización pueden impulsar desde dentro una cultura de valores que sea sólida y que transmita la importancia que tienen todas y cada una de las decisiones que toman sus trabajadores en ella. Para lograrlo, el liderazgo necesita predicar además con el ejemplo. Si los directivos no cuidan unos determinados principios y no son coherentes con su comportamiento, su argumentario pierde fuerza y difícilmente será inspirador para el resto del equipo.
Si una empresa se muestra indiferente al impacto que tienen sus decisiones en el entorno, está reduciendo sus oportunidades de éxito y mermando su capacidad de ser sostenible. Aunque, en un principio, su viabilidad no se resienta –e incluso puede llegar a ser una compañía muy rentable durante un tiempo–, a la larga, la altura del acantilado al que se asoma esta "empresa sin ética" aumentará de forma considerable. La caída puede llegar a ser fatal.
Respondiendo a la pregunta del empresario incauto que abría este artículo, la productividad y el éxito económico se ponen en riesgo cuando la ética se ignora o infravalora. La corrupción, la falta de transparencia, la insensibilidad con el medio ambiente y la carencia de valores no son cuestiones inocuas, también pasan factura. El futuro de una "compañía sin ética" es mucho más voluble, inestable y, por supuesto, incierto.