Lunes, 5 agosto 2019 | Redacción CEU
¿Te imaginas que alguien supiera en cada momento cuál es tu estado de ánimo, dónde te encuentras, quién te acompaña o cuál ha sido la última compra que has realizado? Como mínimo esa persona despertaría en ti una gran inquietud. Aproximadamente, los usuarios del mundo generamos 2,5 quintillones de bytes de datos nuevos al día en Internet, pero ¿somos conscientes de quiénes tienen esos datos y para qué los utilizan? Casos como el de Cambridge Analytica o Ashley Madison han sido cruciales para despertar la conciencia sobre el valor real de los datos. Estos se han convertido en los grandes activos del siglo XXI, con ellos se pueden predecir tendencias, mejorar estrategias y diseñar anuncios, pero también pueden utilizarse con propósitos mucho menos lícitos, como el cibercrimen o la difusión de "fake news". ¿Estamos preparados para proteger la privacidad en nuestra actividad diaria en la Red? ¿Están las empresas preparadas para garantizar la protección de nuestros datos?
Hace tan solo unas semanas, FaceApp se convertía en la aplicación de moda. Millones de usuarios podían comprobar qué aspecto tendrían en unas décadas gracias a su "filtro de envejecimiento". Se trataba de un entretenimiento curioso y realista que despertó gran interés entre los usuarios y que, como consecuencia, protagonizó una rápida viralización. Sin embargo, pronto la polémica se desató.
Como explica el diario ABC en un detallado artículo, la discusión tuvo su origen en que FaceApp, el resto de empresas del grupo Wireless Lab (firma detrás de la conocida aplicación) y sus afiliados se reservaban el derecho de emplear la información que facilitasen y las fotos que editasen sus usuarios. Estos datos se podrían utilizar con propósitos comerciales, aunque la aplicación aseguraba que no serían vendidos a terceros sin el consentimiento del usuario. Esta controvertida y cuestionada cesión de datos ha vuelto a reabrir el debate acerca de cómo se están utilizando los datos en la red y dónde se deben poner los límites de la privacidad.
Situaciones como esta se podrían en parte evitar si, antes de utilizar una aplicación o red social, los usuarios leyeran detenidamente los términos y condiciones de uso. El problema es que la "letra pequeña" de estos servicios suele ser extensa, tediosa y compleja; pese a que el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) vigente obligue a que estos textos sean más comprensibles. Por consiguiente, la mayoría de los usuarios acaban dejándose llevar por la confianza y no reflexionando detenidamente sobre qué pude implicar el registro o uso de este tipo de servicios digitales. Lamentablemente, algunas compañías no cumplen con las exigencias legales en materia de tratamiento de datos o, de hacerlo, muchas veces, los usuarios no están conformes con sus políticas; simplemente las desconocen.