Lunes, 27 abril 2020 | Redacción CEU
El silencio, las calles despejadas y los coches estacionados no intimidan a los animales salvajes. Jabalíes, osos, urracas, mirlos, gaviotas, ciervos y cabras montesas visitan ahora sin censura las urbes. La falta de presencia humana en las vías de las principales capitales ha hecho posible que estos animales recuperen, aunque sea temporalmente, un territorio que nosotros, los humanos, creíamos del todo conquistado. Paradójicamente, los animales se han convertido en los únicos transeúntes que pueden circular libremente por estos lugares. Una señal de lo mucho que pueden cambiar las ciudades en relación a nuestro comportamiento. La crisis del COVID-19 puede constituir un gran punto de inflexión en el diseño de las ciudades del mañana.
El futuro siempre es incierto, pero más aún lo es cuando acabamos de presenciar cómo, de un día para otro, nuestra vida daba un giro de 180 grados. Qué pensar del mañana cuando nos encontramos en lo que parece ser un relato distópico propio de una película de ciencia ficción. Lo único que a día de hoy parece claro es que esta pandemia dejará una huella imborrable en nuestra sociedad. Las secuelas de esta crisis se verán reflejadas en diferentes esferas como son la cultura, la política o la economía. También en otras disciplinas como el diseño urbanístico o la arquitectura de nuestras ciudades.
Los primeros indicadores de cambio en las metrópolis los encontramos en la reinvención de los restaurantes. Los dueños de algunos de estos locales empiezan a colocar mamparas de metacrilato en sus mesas. Su esperanza es que los clientes puedan seguir acudiendo a sus locales cumpliendo con las medidas necesarias de distanciamiento social. Este es un ejemplo de los proyectos que se plantean a corto plazo, pero ¿puede hacer esta pandemia que cambiemos nuestro concepto de ciudad de forma integral?
La transformación de las ciudades
Nadie tiene una bola de cristal que realmente funcione, por lo que no podemos afirmar con certeza cuál será el aspecto final de una ciudad del futuro. Sin embargo, sí que podemos acercarnos a él a través del análisis de las nuevas ideas y proyectos que surgen a raíz de esta nueva situación.
Un punto en el que muchos expertos parecen coincidir es en que las ciudades estarán más centradas en una movilidad alternativa y menos focalizada en el uso del coche. Puede que incluso menos centrada en el uso de los medios tradicionales de transporte público. De hecho, ya hay planteamientos como este sobre la mesa. Milán, una de las metrópolis más castigadas por el coronavirus, anunció la semana pasada un plan para reducir el tráfico y abrir 35 nuevos kilómetros destinados a la circulación de peatones y bicicletas. La idea es evitar la concentración de un elevado número de personas en el transporte urbano, al mismo tiempo que evitar los problemas medioambientales derivados del tráfico. Hay estudios en marcha que indican que es posible que exista una correlación entre la contaminación y la mortalidad, aunque para sacar conclusiones más sólidas es necesario continuar con las investigaciones.
Nueva Zelanda también está respondiendo de forma similar a Milán. Su propuesta consiste en pintar con colores vivos las calzadas, para indicar la prioridad de peatones, y ciclistas y colocar maceteros y pivotes, para reducir la velocidad de los vehículos. En ciudades como Budapest se aboga por la creación de carriles bici y en Berlín se crean nuevos carriles y se ensanchan los antiguos para mantener una mayor separación entre ciclistas. Todos estos planes surgen como respuesta a las medidas temporales de distanciamiento social que debemos tomar para contener la expansión del virus. No obstante, estas medidas podrían tener también un impacto en la configuración de las ciudades a largo plazo.