Lunes, 13 abril 2020 | Redacción CEU
La crisis del COVID-19 empujó a muchas empresas del mundo a abrazar el teletrabajo. Desde hace unas semanas, para muchas personas, trabajar ya no significa desplazarse a un centro de trabajo. En su lugar, trabajar en zapatillas se ha convertido en la nueva tendencia. En la mayoría de los casos, estos profesionales cumplen con su jornada laboral equipados tan solo con un ordenador, un teléfono, un bolígrafo y una libreta. Se trata de una situación inédita que no solo sacude a nuestro país, sino al resto del planeta, lo que lleva a preguntarnos: ¿Cómo puede afectar esta nueva situación al futuro del trabajo en el mundo?
El conjunto de la humanidad siempre ha presenciado con asombro el imparable desarrollo de la tecnología. Con asombro, pero también con cierta inquietud. Independientemente de lo partidarios o detractores que seamos de su avance, estos días somos más conscientes que nunca de qué supone la tecnología en nuestras vidas. Sin duda, este parón forzoso habría resultado mucho más dramático, al menos en relación al empleo, en caso de no contar con muchas de nuestras herramientas digitales. De hecho, muchas compañías "desconectadas" se han visto obligadas a dar un giro de 180 grados en pro de su supervivencia.
Teletrabajar para seguir trabajando
En 2018, los datos de Eurostat revelaban que solo un 4,3% de la población activa española teletrabajaba. Esa cifra alcanzaba un 13,3% y un 14% en países como Finlandia y Holanda respectivamente. No obstante, la media de trabajadores que trabajaban desde casa de forma habitual en la Unión Europea se situaba según la Oficina Europea de Estadística en un 5,2%. En un estudio más reciente, correspondiente al último trimestre de 2019, Adecco elevaba el porcentaje español de teletrabajo a un 7,9%, alcanzando así su máximo histórico. Esta es una cifra nada desdeñable, sin embargo, sigue reflejando un escenario muy diferente al actual, en el que muchas empresas deben continuar su actividad de forma imperativa desde casa.
Para lograrlo, muchas organizaciones han tenido que reiventarse en solo unos días y decir adiós a la cultura arraigada del presentismo. Las organizaciones que trabajan de forma remota por primera vez a raíz de esta crisis sanitaria no han tenido la oportunidad de pasar por un periodo de prueba y aprendizaje. Esto puede traer consigo consecuencias negativas como bajos niveles de productividad, problemas de seguridad, dificultades para alcanzar los objetivos, complicaciones técnicas o situaciones de estrés y ansiedad. Por no hablar, de que el contexto actual es substancialmente diferente al de una jornada de teletrabajo normal. Los profesionales deben hacer frente a diferentes escenarios derivados de las medidas de confinamiento como la atención y el cuidado de los niños durante la jornada de trabajo, la sobrexposición a la información sobre el COVID-19 o el trabajo en un contexto de tensión generado por esta crisis.
Precisamente por ser este un giro tan drástico, no puede ser considerada una prueba piloto global de teletrabajo per se. De ser así, se hubiesen seguido ciertas pautas que ahora resultan prácticamente imposibles. Por ejemplo: realizar una prueba primero con solo un grupo pequeño de empleados, diseñar un sistema de monitoreo adecuado, realizar los ajustes y cambios necesarios de acuerdo al mismo antes de implementar el programa de teletrabajo, etc. Una de las posibles consecuencias de haber implantado el teletrabajo de la noche a la mañana es que se pueden establecer malas prácticas como la sobrecarga de trabajo o la disponibilidad total de los trabajadores. Por otro lado, esta circunstancia excepcional puede servir como un punto de inflexión que lleve a un nuevo enfoque global del teletrabajo.