Lunes, 25 noviembre 2019 | Redacción CEU
Un líder es la cabeza visible de un equipo, la persona que asume el mando y que se encarga de dirigir y gestionar la actividad del mismo. ¿Quiere eso decir que por definición todos los jefes son buenos líderes?, ¿que todas las personas que se encargan de tomar las decisiones importantes en un grupo tienen dotes de liderazgo?, ¿que siempre que uno toma el mando ejerce un buen papel como líder? Obviamente, no. Ser un líder significa mucho más que limitarse a representar un cargo jerárquico, pues, aunque este término no aparezca siempre junto a la palabra "ética", de alguna forma, siempre se ve afectado por su relación con ella.
En este blog, hemos hablado en múltiples ocasiones sobre los atributos que debe tener un buen líder, sobre cómo este sirve de ejemplo para el resto y sobre qué es aquello que hace que los empleados puedan verse inspirados por su figura. Por el contrario, hemos profundizado poco en cuáles son los errores que debe evitar una persona si realmente quiere aspirar a convertirse en un líder ético. El uso del término "aspirar· no es accidental. Ser un líder no se limita al simple cumplimiento de una lista de requisitos, sino que se trata de un esfuerzo constante de aprendizaje y superación. Es un proceso en el que las personas deben situarse en el centro, por mucho que el escenario marque unas condiciones que sean poco propicias para ello. Aunque cada situación y contexto sean diferentes, conocer en qué han fallado otros puede hacer que el camino a seguir sea mucho más sencillo.
Muchos profesionales están acostumbrados a premiar el esfuerzo individual en detrimento del grupal. Es una fórmula común de medir el rendimiento. Por ejemplo, es lo que un jefe hace cuando se enoja porque "X" ha vendido diez artículos mientras "Y" solo ha conseguido vender siete. Muchas veces olvidamos que existen factores que son cruciales en el buen desempeño de un equipo: para que X venda diez, la labor de Y puede haber resultado determinante. Es importante tanto saber dirigir la mirada hacia aquello que realmente está fallando como a aquello que está funcionando bien; no dejarse llevar por un enfoque superficial e ir más allá. De no proceder así, se puede acabar reproduciendo prejuicios, fomentando un clima de hostilidad, en vez de uno de sana competitividad.
No todos los empleados son iguales. Por ello, cuando se aprovechan y potencian las habilidades especiales que tienen cada uno de ellos, es cuando realmente un equipo crece y se enriquece. Sin embargo, esto no puede servir de excusa para dispensar un trato diferente a los trabajadores. Es clave encontrar un equilibrio, sin olvidar trabajar aquello en lo que cada empleado destaca.
Pensar que el líder es la persona que tiene que tomar todas las decisiones en un equipo es un error grave. Delegar es una forma de involucrar al equipo en la consecución de objetivos. Siempre que sea el superior el que toma todas las decisiones, los empleados permanecerán alejados del proyecto y no lograrán identificarlo como realmente suyo. Algunos consejos a la hora de delegar son: encomendar la tarea a la persona más adecuada, compartir toda la información posible sobre esta, supervisar el proceso y ofrecer apoyo y ayuda cuando sea necesario.
Un líder no solo debe vanagloriarse de las virtudes de su equipo cuando este recibe alabanzas y buenas críticas, también debe asumir la responsabilidad del trabajo cuando las cosas no están funcionando según lo previsto. Si no, se limitará a ejercer el papel de jefe y no el de líder. Nadie llama líder a una persona que abandona a su equipo cuando el "viento no es favorable". Ante una situación así, lo primero que tiene que hacer es preguntarse qué está fallando. Lo segundo, hablar con su equipo.
Para ocupar un puesto de liderazgo es importante confiar en uno mismo. No obstante, mostrar un exceso de ego también puede resultar contraproducente. Los líderes comenten errores. En contra de lo que pueda parecer, aceptarlos los hace más fuertes y respetables. Nadie es infalible. Ser consciente de esta vulnerabilidad les ayuda a abrirse más a lo que otras personas puedan aportar. Un buen líder debe saber detectar las oportunidades cuando estas pasan cerca.
Alguno de los puntos anteriores puede llevar a hacer pensar que para ser un líder es necesario ser permisivo. Nada más lejos de la realidad. Un líder tiene que saber decir "no". Por un lado, porque de otra forma acabará trabajando solo. Por otro, porque no todas las demandas son legítimas. En este caso, la asertividad es una cualidad clave. Algunos consejos que pueden ayudar a la hora de proceder son: exponer las razones de una forma clara, ser directo sin resultar agresivo o poco empático o sugerir alguna alternativa.
Un líder no debe propagar ni mucho menos crear rumores. Si lo hace, restará importancia a un comportamiento pernicioso en el trabajo, al mismo tiempo que se convertirá en una figura menos respetable de cara a su equipo. Con este comportamiento, solo fomenta la división entre los empleados.
Como el trabajo de un líder consiste principalmente en dirigir a otras personas, muchos profesionales olvidan trabajar sobre sí mismos. Del mismo modo que un buen líder tiene que centrarse en mejorar las cualidades y habilidades de los empleados a su cargo, también debe de centrarse en hacerlo él mismo. Qué mejor ejemplo que exigirse a uno mismo, lo mismo que se exige al resto del equipo.
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