Lunes, 3 diciembre 2018 | Redacción CEU
Lo que ayer nos parecía ciencia ficción, hoy es costumbre. Las distancias se acortan, la información se democratiza, los viajes duran menos, las tareas se simplifican,... La sociedad también cambia a medida que la tecnología transforma nuestra rutina. Las personas conversan, se relacionan, comen, trabajan, viajan y se organizan de forma diferente. Nuestro mundo ya no se parece al de hace unas décadas y esta transformación está lejos de alcanzar su cénit. Son muchos los cambios que se encuentran a la vuelta de la esquina y que pueden alterar aún más nuestro modelo de vida: la llegada de los coches autónomos, el potencial de la inteligencia artificial en diferentes campos, la revolución de los datos, el despunte de la robótica, el desarrollo de la nanotecnología,... Muchos de los futuros cambios aún no se atisban en el horizonte, mas se intuyen debido al imparable avance de las nuevas tecnologías. ¿Cómo responder a ellos? ¿Qué papel tienen las empresas en este contexto?
Ante el cambio, la legislación es muy lenta. La mayoría de estos avances llegarán a nuestras vidas antes de que hayan sido analizados y evaluados por la severa balanza de ley. Incluso cuando esta sea capaz de responder con celeridad, puede disponer de tan poca información y experiencia sobre ellos que no sea capaz de prever algunos de sus potenciales problemas. Es por ello que las empresas tendrán un papel fundamental en el ascenso del desarrollo tecnológico. Pues, en muchas ocasiones, solo limitarse a acatar las normas no será suficiente ni eximirá a las compañías de su responsabilidad. Aunque estas no tengan una responsabilidad legal, siempre la tendrán moral y social.
Principales puntos de conflicto
Según la consultora Gartner, el trabajo de uno de cada cinco trabajadores estará relacionado con la inteligencia artificial en 2022. Este dato ya no sorprende a nadie, si tenemos en cuenta que existen máquinas que peden invertir por nosotros o que un robot es capaz de realizar una entrevista de corte para un proceso de selección de un candidato. De hecho, recientemente los medios se han hecho eco del debate en el seno de la ONU sobre el peligro de los robots asesinos. Por supuesto, este se trata de uno de los casos más extremos y controvertidos, pero también constituye una llamada a la atención sobre la necesidad de contar con una fuerte apuesta por los valores humanos a la hora de desarrollar e implementar los avances en tecnología.
No solo las compañías deberán ser capaces de poner límites al uso y desarrollo de la tecnología, también tendrán que tener en cuenta en qué medida su impulso puede afectar a clientes, trabajadores, y en definitiva, a todas las personas que tengan un contacto directo o indirecto con ella. Un gran sector de la población desconfía de los potenciales beneficios que brinda la tecnología. Según los datos de la segunda edición de la Encuesta sobre percepción social de la innovación en España, llevado a cabo por la Fundación Cotec y Sigma Dos, la mitad de los españoles considera que la innovación tecnológica aumenta la desigualdad social y destruye empleo. Las compañías tienen un rol fundamental en este ámbito. Ellas son las que deben garantizar que nadie se quede atrás y trabajar de tal forma que se alineen con una sociedad más inclusiva.
La tecnología avanza tan rápido que es normal que la incertidumbre sobre el futuro genere cierto temor entre la población. Por ejemplo, un estudio de McKinsey asegura que el 45% de los trabajos pueden automatizarse. Este análisis se ve apoyado por otros como el del Institute for the Future (IFTF) que revelaba que el 85% de los trabajos actuales no existirían tal y como los conocemos en en 2030. De hecho, muchos de ellos no habrían sido aún inventados. Buena parte del porvenir tanto del trabajo como de nuestro modelo de vida depende de cómo las compañías afronten este proceso de transformación.